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Por Ignacio Mucientes, Ingeniero Agrónomo y Decano COIACLC

Mucho se habla sobre el cambio que ha experimentado el tiempo en los últimos seis lustros. Los “mayores” recuerdan que las primaveras venían caracterizadas por temperaturas bajas o altas en función de la estación que se encontrasen y, eso sí, acompañadas de heladas, nevadas, nieblas y “chupiteles” o carámbanos en nuestros tejados o un sol abrasador por una buena parte de nuestra geografía autonómica. De lo que sí podemos dar fe unos cuántos ya es de que otrora el tiempo en otoño//invierno estaba caracterizado por temperaturas que a duras penas levantaban por el día de los 10/12ºC de media y venían acompañadas de heladas fuertes (-10 y -13ªC muchas veces con medidas de -7ªC durante casi un mes), que provocaban la rotura de las precarias tuberías y conducciones de muchos de nuestros pueblos un invierno tras otro; un día tras otro con nieblas espesas que hacían que no se viese el sol con medias de 2/3 días; y que el agua estaba más presente que ahora. Los veranos eran cortos pero intensos con temperaturas altas que superaban los 30-35ºC.

Aunque mucha gente comente que la sequía hoy en día es una constante, lo cierto es que si echamos una vista atrás podemos comprobar registros de que la misma ya estaba presente en la vida de los españoles en tiempos de la II República, durante el Régimen de Franco (“la pertinaz sequía”) y que desde la Transición y consolidación de la democracia se ha hecho más patente alternando uno de cada cinco años.

Sea como fuere, lo que está claro es que en la Tierra siempre ha habido épocas en las cuáles las bajas temperaturas (glaciaciones) estuvieron más presentes y otras en las que la sequía ha provocado verdaderos estragos alternándose con periodos de temperaturas y pluviometría media. Y así va a seguir siendo siempre por mucho que algunos quieran lo contrario. Pensar que la actividad agrícola, pecuaria o de la industria agroalimentaria es la única responsable del llamado “cambio climático” es un error garrafal en el que incurren muchos indocumentados.

Veamos la diferencia entre tiempo y clima. El tiempo es el estado de la atmósfera en un momento y lugar determinado y el mismo viene caracterizado por factores tales como la temperatura, la presión, la humedad, otros…; mientras que el clima es la media de los valores diarios recogidos en un lugar determinado durante un periodo de tiempo, que por lo general se suele situar en los 30 años. Por tanto, para hablar de clima en una zona, comarca o pueblo lo que tenemos que hacer es procesar los datos de los factores anteriormente citados y analizarlos para extraer las correspondientes conclusiones. ¿Existe cambio climático?. La respuesta es más compleja de lo que parece.

La preocupación instalada en la sociedad es tal que hoy en día una buena parte, por no decir toda, de las medidas políticas que se toman tienen como protagonista al medio ambiente y su cuidado.

En lo que a la agricultura respecta hemos podido comprobar que en ella también se ha instalado la preocupación por el medio ambiente y la respuesta se ha dado, por ejemplo, en el desarrollo espectacular de la agricultura de conservación, de la del mínimo laboreo e incluso la orgánica (mal llamada ecológica); la aplicación de técnica y tecnología no agresiva o los muchos proyectos de I+D+i encaminados a potenciar la biodiversidad y el desarrollo sostenible. Pero, un aspecto fundamental que está relacionado con esto anteriormente expuesto es el paso que se ha dado el empleo y uso de la semilla certificada por parte de nuestros profesionales y que constituye la base dela rentabilidad de nuestras explotaciones agrarias.

Vamos a analizar con detenimiento a la semilla certificada. Para empezar, con su uso nuestro agricultor va a emplear menor tiempo de preparación de la semilla para la sementera; presenta uniformidad peso, tamaño y volumen; requiere una menor dosis de siembra ya que está garantizada una mayor germinación; va asegurar una buena implantación y posterior desarrollo de nuestros cultivos (posteriormente se van a producir mayores rendimientos por unidad de superficie, por lo que se incrementará la rentabilidad de nuestras explotaciones) y va a ser garantía de calidad y pureza.

Un aspecto interesante a tener en cuenta es que está libre de malas hierbas y desinfectada y que se va a adaptar perfectamente al en tormo en el que se va a desarrollar posteriormente, tolerando mejor las enfermedades; con este tipo de semilla, que constituye una puerta abierta a la I+D+i y al progreso, avance y desarrollo de todo el sector agrario en general, y al subsector agrícola en particular, se va a conseguir la renovación varietal y la especialización productiva, amén de variedades sostenibles con el medio ambiente.

No emplear semilla certificada es tener garantizado una menor tolerancia a las enfermedades; la pérdida de calidad por contaminación específica; pérdida de tiempo a la hora de efectuar operaciones o labores como la sementera; germinación no uniforme y escaso desarrollo de cultivos y bajada en producciones; supondría un time-break en lo que a la Investigación se refiere y se perdería la heterogeneidad y diversidad en lo que a las semillas respecta, entre otros muchos aspectos.

Sin duda que merece apostar por este tipo de semilla que va a hacer posible que nuestras explotaciones sigan funcionando y que nuestros pueblos estén vivos.

Autor: Ignacio Mucientes. Ingeniero Agrónomo y Decano COIACLC.

 

 

 

 

 

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