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La siembra directa es para pobres

Corría el año de gracia de 1985 y ya se hablaba de siembra directa; ¿Le ven la gracia?. Esta se empezaba a difundir de una manera más o menos ortodoxa y homologada en nuestro territorio, partiendo de la información que nos llegaba desde el otro mundo y que a su vez había estado recibiéndola desde la otra galaxia, o sea, su inventor, una vez más, los EE.UU.

Me había desplazado a un lugar cerca de Sevilla, para recibir un curso sobre la restricción de insumos en la agricultura de conservación. Era un curso más. A las teorías que me había formado con todo lo leído, necesitaba añadir cierta práctica local que me ayudase a apuntalar algunas dudas que aún me preocupaban. Tenía claro que, el aprender algo nuevo, no se hacía solo en las besanas.

La mañana estaba tranquila, entre comentarios de campo y mientras nos adentrábamos en la sala se oía en el ambiente algo sobre el cereal; el trigo duro; la cebada; la adormidera; el algodón, y por supuesto; el olivar. Las olivas y sus podas, plagas y carencias. Todas ellas, también tenían su práctica conservacionista diferenciada del método tradicional de labradío entre calles. Todo era agricultura de conservación en aquella “Babelia” andaluza, con acentos de Jaén, Huelva, Cádiz, Málaga y Sevilla.

Alobado entre tanta gente ajena, me dirigí hacia un asiento ni delante ni detrás, intento inútil de pasar desapercibido. Y en esas estaba cuando sorprendentemente me di de narices con un paisano de Valladolid.

Fidel era añejo vecino del barrio y viejo amigo de Pucela. Presuntamente, estaba de paso por la catedral hispalense y había decidido aprovechar, aun más, su estancia en aquel lugar. Aunque he mencionado que Fidel parecía ir “de paso”, lo que en realidad le llevaba por esas tierras del sur, era Rocío; mujer con la cual él se veía dando “el paso”, si es que lo diera con su aquiescencia a no más tardar un año vista, o sea, una campaña tardando mucho.

Y allí estábamos en mitad del salón de actos y de la sesión, oyendo pesados argumentos a favor de la Siembra Directa, cuando, en medida casi inversa, la paciencia de aquel mi colega, esporádico oyente y amante de transumancia, se le iba por momentos de una manera preocupante y exponencial.

Fidel se había establecido en la agricultura familiar de una manera cómoda y sucesoria. Su saber se basaba en la disciplina familiar acuñada durante años de necesidad y transición. La dura y próspera transición a las máquinas. Años de reconversión donde el esfuerzo corporal era sustituido por artefactos que desalojaban la mano de obra hacia la industria más al norte del país cuando no hacia Europa. Combustible barato, demanda de granos y gran desarrollo agrario salpicado con refranes, producto del ancestro saber popular.

En su finca de Valvivas habíamos compartido algunas tardes. Sorprendido, le había visto levantar el doblete de pacas con sólo un horquín. Acabada la faena, y con el aprobado paterno, la tarde y la noche eran extendidas en un local de copas por la zona, sin tener que ir muy lejos a buscarlo.

En el segundo y ultimo día de aquel curso de agricultura de conservación se habló de economía agraria y de agronomía, con números contables que certificaban su viabilidad. Fue un curso memorable.

El asiento de Fidel ya brillaba vacío y no me extrañó. Lo podía haber adivinado cuando nos despedimos la tarde anterior; tras la sesión del primer día compartimos una “Cruz Campo”, o dos, o quizás tres. Fue entonces cuando habló abiertamente: “Yo tengo tractores de sobra, para arar todo el término si quiero”, “No necesito ahorrar”, “¡La siembra directa es para pobres!”. Mi amigo ya no estaba. Se ausentó. Pudo más Rocio. Se daban los certificados de asistencia y se anunció el nombre: Fidel Gon Diléz. Yo dije: “¡Aquí..!”.

Guardo aún su diploma en el archivo, junto al mío. Algo me dice que no lo va a querer. Medito a menudo sobre aquel hecho. Fidel seguirá con o sin su Rocio, pero no dará su brazo a torcer. Tiene que haber de todo y así debe ser.

La agricultura de conservación ha seguido su curso ascendente, siendo actualmente preceptiva si se le quiere ganar un Euro. Se le suman ya la precisión y la tecnificación de dispositivos e insumos.

Es ahora, con perspectiva de pasado, cuando toma vigencia lo de Sevilla. Ahora hace falta cultivar mayor superficie y hacer una mejor gestión de las inversiones de campaña para llegar a alcanzar la renta que se obtenía entonces.

Los organizadores del curso y mi amigo tenían razón: “La siembra directa era para pobres”, suelos y agricultores, ambos pobres, para que dejen de serlo algún día.

Autor: Carlos Garrachón Arias. AVAC

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