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El agricultor, que no labraba en aquel lugar desde hacía 20 años, estaba preocupado por el uso eficiente del agua de lluvia

Por  Carlos Garrachón Arias de AVAC

 “Para robar esta Dumper no hace falta llave, pero solo con estas manos podrían poner en marcha el motor”. Era un tiempo muerto, ese tiempo entre fechas que sin tener que trabajar, cuajadas de días festivos. Aquel grupo era, propiamente, de estudiantes sin provecho aún, pero con intención de serlo en el corto plazo. El Caserío estaba disponible durante el fin de semana, lo que era una oportunidad para estar en el campo y vivir de él en libertad.

Junto a una encina permanecía confinado un arado de vertedera de tres cuerpos, convertido en herrumbre entre trazas de pintura gris azuladas. Una placa vieja delataba su fabricación “Aranzabal”. La cadena de hierro oxidada, podría ser ancla de barco, pero en aquella tierra perdida de Castilla, servía a su fin custodiando a aquel apero ahora doblegado, esposado al tronco del árbol, para que nadie pudiera usarlo.

El dueño de la finca lo había prohibido. Decía que “el suelo era un ecosistema donde vivían millones de seres vivos en buena armonía y que todo se iba a pique cuando entraba el arado. Usarlo para su fin, equivaldría internamente y según él, a una catástrofe, un terremoto o al choque de un planeta contra un asteroide en el universo edáfico”(*).

El agricultor, que no labraba en aquel lugar desde hacía 20 años, estaba preocupado por el uso eficiente del agua de lluvia. “Cuando el agua entraba en la tierra se iniciaba un proceso invisible e incesante de transformación del carbono retenido en materia orgánica con la ayuda de los seres vivos. Una actividad circular de reciclaje interno del carbono en favor del cultivo y de una atmosfera mas libre del efecto invernadero”(*).

Echada la noche se planteaban si ir a los conejos a la luz de los faros, o bajar al pueblo.

Lo primero era cazar, ver la pólvora en fuego y con el negro de la noche. Al calibre 12 lo llamaban “la escoba” porque barría todo lo que se ponía delante; siendo este “todo”, básicamente, conejos, furtivamente, en venganza por el daño que estos hacían en los sembrados.

Moneda al aire cara o cruz y salió Villamotriga. Eso era surcar el monte con la AUSA, los cinco, como cinco piedras en el contenedor y el sexto al volante. La Dúmper de despedregar. La diesel de manivela necesitaba de un buen brazo para vapulear su volante y hacerla latir, el diésel comprime mucho.

Eficiencia del agua de lluvia, eso era; el agua producía más alimento y vida dentro del suelo, mejor estructura por la formación de agregados y mas y mejor infiltración del agua de lluvia, por lo tanto, más agua en cultivos muy ajustados hídricamente (*).

La pérdida de carbono edáfico por laboreo, duplicado por el emitido a través de los escapes del tractor suponía más carbono en el aire, causa del cambio climático. La Agricultura de conservación, el no arar, no era un problema sino parte de la solución a la pérdida de carbono (*).

La preocupación era, si alguien se podía llevar el vehículo, necesario para deshacer el camino de vuelta al caserío. No serían capaces. La AUSA seguiría allí, esperándoles hasta que alguien le diese alegría la manivela a base de brazo, y ese alguien escaseaba.

La NO LABRANZA era así, sin aperos a mayores; No-labranza. Hacen falta buen brazo y determinación para arrancar su motor, de otra forma este seguirá parado.

 (*) Dr. Don Reicosky. (8WCCA)

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